SAN JUAN, PUERTO RICO — Klaud Guzmán, un hombre pansexual de 30 años, quisiera poder ir a su trabajo en un banco con maquillaje y zapatos de tacón, pero por normativas internas no puede. Sin embargo, llega al Kweens Klub en el barrio Santurce con tacones, ropa de cuero, una gargantilla brillante y una línea blanca maquillada sobre el ojo derecho. Allí, participa de una competencia de vogue, el baile que, dice, le dio sentido a su vida. “De eso se trata [competir en] el ballroom, de que seas tú mismo, aunque sea por unas horas”, dice Klaud Guzmán, quien, al igual que otras personas entrevistadas para este artículo, pidió ser identificado con el nombre que utiliza para reafirmar su identidad de género.
En la Noche de Ballroom, que se celebra el último jueves de cada mes, la música del club retumba en el pecho. Para calentar, algunos de los participantes mueven los brazos siguiendo el ritmo. Otros modelan de lado a lado sosteniendo cada pose con actitud.
Los jueces de la noche son Sama, La Bella; Alberta Rivera; y Gaddx, tres reconocidas figuras en la comunidad del ballroom local. Klaud Guzmán lleva un abrigo de mangas largas que cubre su vestuario y, sobre su cabeza, la capucha. Luce misterioso, como un boxeador a punto de subir al cuadrilátero.
Klaud Guzmán es una de las decenas de personas de la comunidad LGBTQ+ que se reúne los martes en el barrio de Santurce para bailar vogue. El colectivo Laboratoria Boricua de Vogue comenzó estas prácticas abiertas en julio de 2020. Luego de tres años, el espacio evolucionó a la escena competitiva del ballroom y se transformó en un recurso para sanar heridas emocionales, afianzar la identidad y la autoestima de una comunidad de unas 200 personas. “La gente me ha dicho que aman el espacio, que lo necesitan, que les sirvió un montón pa’ soltar”, dice Edrimael Delgado, fundador de la Laboratoria Boricua de Vogue.
El vogue se originó entre 1960 y 1980, en Harlem, Nueva York. Personas LGBTQ+ negras y latinas dieron vida a este baile imitando las poses de modelos de la revista Vogue al ritmo de la música. Los eventos competitivos, conocidos como “ballrooms”, se establecieron como un oasis frente al discrimen y a las necesidades que sufría esa comunidad entonces.
LaBoriVogue, como llaman sus participantes a la Laboratoria Boricua de Vogue, comenzó con un grupo de unas 10 personas que se reunió inicialmente en el Muelle del Orgullo, en el municipio de Cataño, al norte de Puerto Rico, para aprender vogue. “Era un deseo personal. Yo quería voguear en comunidad y distribuir ese conocimiento con gente que lo necesitase”, explica Delgado, quien hizo la primera convocatoria.
Añade que no existían espacios como este en Puerto Rico y fue esa misma ausencia la que dio vida a la idea. “No puedo hacer la práctica solo y menos el ballroom que nace de un contexto de estar con gente”, explica.
El vogue es una de las categorías principales en las que se puede participar en un ballroom. Otras son Runway, donde se modela; Rostra, donde gana la mejor cara; Vogue femme, que enfatiza movimientos feminizados. Para cada categoría hay requisitos de destreza y, usualmente, la exigencia de cumplir con algún concepto de vestuario, maquillaje, presentación o llevar alguna prenda especial.
En Puerto Rico, más de 68,000 personas mayores de 18 años se identifican como parte de la comunidad LGBTQ+, según datos del Departamento de Salud de 2019. La comunidad ballroom no se trata solo de las personas que participan de las prácticas de baile, dice Delgado, sino también de quienes forman parte de la audiencia y apoyan el movimiento. En total, el ecosistema del ballroom LGBTQ+ en Puerto Rico supera las 200 personas, asegura Delgado. “Para ser [una región] pequeña, no es una escena pequeña”.
Miguel Vázquez, director de True Self Foundation, una organización que apoya con becas a la comunidad LGBTQ+, opina que aunque Puerto Rico es una región conservadora, “la comunidad [LGBTQ+] ha salido hacia adelante a través de las organizaciones comunitarias”. Para él, iniciativas como esta “representan espacios seguros de solidaridad, movilidad social y acompañamiento”.
Jo Correa, un joven de 24 años transmasculino y no binarie, ha sido parte de LaBoriVogue desde sus comienzos. Una de sus especialidades es el Vogue femme. Entre las luces de neón magenta, Jo Correa se desplaza por la pista en cuclillas mientras mueve los brazos de arriba a abajo con rapidez y aparenta tener muñecas y codos elásticos. El público se emociona al verlo. Lo reconocen como un duro competidor.
Cuando habla de su familia, Jo Correa la define como “extremadamente conservadora”. Recuerda a su abuela decir que ser gay es pecado. “El ballroom, aparte de ser un espacio seguro, es la familia que nunca ha estado presente en mi vida”, dice.
Brenda González, psicóloga clínica y cofundadora de bePResent, que ofrece servicios de salud mental a personas LGBTQ+, ha identificado que existe trauma emocional en la relación que tienen pacientes LGBTQ+ y sus familias. “Eso puede llevar a un número de dificultades en la salud mental como depresión, ansiedad e incluso dificultad para aceptar su propia orientación”, dice.
Beibi Javi, una persona trans no binaria, se ha alzado con uno de los premios en la Noche de Ballroom. “Lo más que valoro [del ballroom] es la comunidad”, dice Beibi Javi, quien también da clases de vogue. Siente que el ballroom es un espacio “para el crecimiento personal y para el autoconocimiento”.
Sobre la unión que fomenta el ballroom, Klaud Guzmán también opina: “Todas mis amistades fuera del vogue son personas cis-heteronormativas. A veces chocamos precisamente por eso: no compartimos las mismas experiencias. Siempre he sido el maricón del grupo”. Cuando comenzó a asistir a las prácticas, no hablaba con nadie. Poco a poco fue creando amistades. “Les quiero un montón, me han dado grandes consejos y, cuando me pasa algo, son personas que están ahí”, dice sobre sus compañeros de baile, a los que también llama familia.
“Son bien necesarios estos espacios [por el ballroom]. Creas conexión y comunidad y eso es bien importante para la salud mental porque somos seres sociales y buscamos esa conexión con otras personas”, dice González, quien trabaja la soledad en las personas LGBTQ+. “No sentir que pertenecen o sentirse solos” puede causar depresión, dice. Un estudio puertorriqueño sobre la depresión en personas de la comunidad LGBTQ+ con y sin pareja lo confirma. El 48.5% presentó síntomas de depresión.
Jo Correa explica que el ballroom le ha ayudado en este aspecto: “He tenido episodios depresivos y lo único que me hace continuar es pensar que hay un ballroom ya mismo”.
Klaud Guzmán, quien llegó al espacio de prácticas en medio de “un bajón emocional y profesional”, asegura: “El vogue me salvó de una depresión y le dio sentido a mi vida”. Prepararse para una competencia es más que subir al escenario y bailar. “Me tiro fotos y me encanta lo que veo. Veo mis videos y me emociona. Aunque no gane la categoría, hago esto porque lo amo”, explica.
Klaud Guzmán vuelve a pisar el escenario. Ha cambiado su vestuario y ahora luce pantalón blanco y camisera verde. Por primera vez, ha llegado a una final de vogue. Los jueces deben decidir si lo consagran ganador, pero no lo escogen. Aunque lo entristece, para Klaud Guzmán no se trata solo de ganar. Mientras baila vogue, convierte sus sueños en realidad: “Puedo ser ese diseñador que el Klaud de 12 años quería ser, el modelo que quería ser el Klaud adolescente, puedo ser ese bailarín y soy ese actor que también quería ser”.
Gabriela Meléndez Rivera es reportera asociada de Global Press Journal con base en Vega Baja, Puerto Rico.